
Escogí la costa atlántica, mucho sol, viento y agua bien fría. Me instalé en un aislado hotel con playa privada; el primer día bajé a la casi desierta playa y me tumbé en la arena caliente bajo una sombrilla. Dos mujeres envejececían su piel al sol mientras, a pocos metros de mí, sus hombres jugaban a las palas.
Empecé a embadurnarme de crema las tetas y observé que sus pelotazos ya no eran tan certeros… ladeé la sombrilla de modo que las féminas no pudieran ver mis movimientos y adopté entonces las posturas más inverosímiles para extender el ungüento. Su juego cesó de inmediato y se echaron en la arena para aplastar sus erecciones mientras seguían cada movimiento hipnotizados como perros sedientos… tumbada sobre la espalda me bajé el tanga hasta el final de las nalgas y vertí un chorrito de protector solar en el pubis, fuí recogiendo la crema despacio, explorándome el coño con deleite, flexioné las rodillas y con un tobillo apoyado sobre el muslo deslicé las manos sobre el empeine, el talón y dediqué unos minutos a las falanges como si en vez de pié fuera una polla extraterrestre que lubricara para quién sabe qué juegos eróticos.
Encendí un cigarrillo. Murmurando unas malignas palabras le dí una profunda calada que exhalé formando una niebla densa a nuestro alrededor… tan sólo quedó un pasillo nítido entre ellos y yo. Pude ver sus adúlteras almas con telepatía infernal, me incorporé y el tanga cayó hasta los tobillos, con un pié lo lancé hasta ellos que lo recogieron absortos, oliéndo y manoseándolo. Caminé hasta su posición sonriendo, eran dos seres despreciables de barriga cervecera. Sus vicios iban pasando por mi mente como un rosario sacrílego… perfecto para el paladar de mi amo… y para el mío.
Llegué hasta ellos, permanecían echados y a la expectativa. Levité unos centímetros, lo justo para introducir los dedos de mis pies en sus bocas babeantes. Los chuparon sumisos mientras yo jugaba con sus lenguas amarillentas, sin duda fruto de abusos alimenticios. Se oyeron voces de sus mujeres buscándoles pero el escudo de niebla era laberíntico, impenetrable y así se lo hice saber a los dos llevándome un dedo a los labios, estábamos a “salvo”.
El barniz de mis uñas era diabólico, energizante e hipnótico. Sus pollas se hincharon como nabos y su vista hizo expulsar de mi vagina el fluido acumulado… se deslizó por mis muslos, rodillas, para finalmente acabar en las bocas de aquellos berracos que lo bebieron con avidez relamiendo la punta de mis dedos. Gemí de lujuria. Sus lenguas subieron por mis piernas rebañando el sendero húmedo hacia las ingles. Me dejé caer de rodillas en la arena con expresión indefensa y uno de ellos agarrándome por las caderas me penetró con ansia… el otro se puso detrás de inmediato, me abrió las nalgas con lujuria y, como un taladro salvaje, me golpeó contra el cuerpo de su compañero. Me follaron unos minutos hasta que se corrieron y el semen desbordó mi interior fluyendo por los muslos. Entonces intentaron sacar sus miembros, pero no pudieron. Estaban allí, en mitad de la nada, enchufados a mi cuerpo. Se debatían por separarse y me reí a carcajadas ante su asombro. Murmuré las palabras de ejecución final y fui absorbiendo las entrañas a través de sus penes hasta que sólo quedaron dos pieles secas y vacías. Me puse en pie, me desprendí de ellas y, poniéndome el tanga de nuevo, volví a mi sombrilla, satisfecha.
Encendí otro cigarrillo, otra profunda bocanada… solté el humo con fuerza… un viento despejó la bruma y se llevó en volandas los restos como hojas de periódico. A los pocos minutos se acercaron las dos hembras humanas, preocupadas, y me preguntaron si había visto a sus mariditos. Con voz inocente contesté: “Je ne parle pas votre langue” e, indiferente, seguí fumando.

Súcubo
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